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Encarnación Alfonso Hernández

                                                                                       Abril 2011

 
Soy de un pueblo muy pequeño,
Frontera con Portugal
Provincia de Salamanca
Alberguería de Argañán.
Mi abuelo, Tío Juan Pintao,
muchos lo recordarán
por tantas bromas que hacía,
personaje popular.
 
Pues cuando era joven,
yo también quise emigrar,
como tantas otras personas,
que se fueron del lugar.
 
Pero cuando estás tan lejos
de ese, mi querido hogar,
no son tan fáciles las cosas
como se podría pensar.
 
Yo aquí formé mi familia
pero de mi querido pueblo
jamás me podré olvidar,
pues en las noches de insomnio
me pongo a recordar
lo que era mi pueblo
y  lo que ahora queda ya.

Hay muchas casas cerradas,

a nadie voy a nombrar,

pero en mi corazón,

a nadie voy a olvidar.

 

Cambiaré un poco el tema,

no les voy a afligir más,

les haré solo un recuerdo,

de mi niñez personal.

 

Antes jugábamos al pichi,

y una cuerda de saltar,

ahora lo tienen  todo,

y no lo saben apreciar.

 

 Recuerdo todas las fiestas,

que se hacían en el lugar,

empezando por San Sebastián,

y  San Blas.

 

 Recuerdo las primaveras,

las flores brotaban ya,

por donde quiera que fueras,

daba gusto pasear.

Llegamos al mes de Junio,

las hogueras de San Juan,

el pueblo se llena de humo,

con un olor peculiar,

pues olía a tomillo,

era lo que solían quemar,

luego los más valientes

se ponían a saltar.

 

Pero había que retirarse,

para luego madrugar,

esperar al mes de Julio

para poder descansar

pues llegan las Fiestas del Pueblo, y nuestra Patrona Santa Ana

nos solía visitar,

por las calles de esta pueblo

días de alegría y paz

pues todos en esos días

dejaban de trillar

para honrar a la Patrona

Y las fiestas disfrutar.

 

¡VIVA SANTA ANA BENDITA!

Y

¡ALBERGUERÍA DE ARGAÑÁN!

 

 

ALBERGUERIA DE ARGAÑAN - PREGON SANTA ANA 2006

Alberto Lanchas González

     

Buenas tardes, Señor Alcalde, Señores Concejales, queridos familiares, vecinos y amigos todos.
 

      Si pregonar es anunciar con énfasis algo importante para que todo el mundo lo conozca, lo que yo debería hacer, desde ya, es ponerme a proclamar a los cuatro vientos las excelencias de nuestro pueblo, de sus habitantes y de sus fiestas. Nada me resultaría más fácil, pues tengo sobrados motivos para conocerlas en profundidad. Pero no sería justo que hiciese tal, sin antes mostrar mi agradecimiento al Sr. Alcalde y al resto de la Corporación, por la deferencia que han tenido al brindarme la oportunidad de oficiar como Pregonero de las fiestas de Alberguería, en honor de su querida y excelsa Patrona Santa Ana. Representa un honor que llevaré con orgullo, aún desconociendo cuales han sido mis méritos para merecerlo, pero que siendo como soy, ALBERGALLO de corazón -que no de nacimiento-, hace que me sienta doblemente honrado por la distinción.

      Es la primera vez que lanzo al aire un pregón, por lo que antes de acometer tan difícil compromiso, en el que mis predecesores demostraron tan buen hacer, ya os anticipo que os hablaré desde el sentimiento que guardo hacia el lugar que vio nacer a mis padres y en el que mis raíces profundizan no menos de cinco generaciones, y que no es otro, que un profundo amor y una inexorable querencia por este entrañable pueblo de Alberguería que, más aún que un pueblo, es para mi un sentimiento, un estado de ánimo. No obstante, y como seguro a todo riesgo, hago mías las palabras de Antonio Banderas cuando, desde el balcón del Ayuntamiento de Málaga, pregonó: "que nadie espere alardes literarios, ni ripios floreados, ni retorcidas retóricas. Yo soy hijo del pueblo, y como tal me expresaré".

      Y partiendo de tal premisa, empezaré por decir que este pregón no puede ni debe quedarse en el simple anuncio oficial de lo que resulta evidente: el comienzo de las fiestas; sino en un canto a la historia de nuestro pueblo, a su pasado a través de las vivencias propias, a su futuro y, como no, a la grandeza y al mismo tiempo sencillez de sus gentes.  Así es, que para cumplir con lo dicho, introduzco en este punto el primero de tales cantos, que no es otro, que el de la historia de nuestro pueblo. Alberguería es un lugar con una historia tan grande como desconocida. Un lugar que tiene marcadas sus señas de identidad en los muros de su castillo que, aun malheridos por violentas guerras y maltratados, no tanto por los agentes atmosféricos como por la desconsiderada intervención del hombre, se resisten a desaparecer, como conscientes de su condición de ser mudos testigos de la historia y devenir, tanto del lugar como de las gentes que necesitadas de su amparo y protección, se aferraron a ellos creando el embrión de la Alberguería que hoy conocemos.

      Y es, precisamente, por la tan estrecha relación entre la historia de Alberguería y la de su castillo que, me permitiré la licencia de evocar la primera apoyándome en hechos en los que, directa o indirectamente, es protagonista el segundo, pues tanto monta, monta tanto. Así, la referencia documental más antigua que he podido localizar sobre Alberguería, está enmarcada en el siglo XIV. Se trata del interrogatorio realizado en el año 1376 por el juez Gonzalo Pérez de Zamora a campesinos de diversos pueblos de la tierra de Ciudad Rodrigo, acerca de la ocupación ilegal de términos comunales. Del mismo se deduce que la existencia del lugar de Alberguería data, cuando menos, del año 1366, fecha en que fue ilegalmente ocupado por Esteban Yañez Pacheco, caballero noble y principal del linaje de los Pacheco.

      Pero es ya en el año 1474, cuando los esposos Alvar Pérez Osorio y María Pacheco se convierten en los primeros Señores de Alberguería, al serles concedida por Enrique IV la jurisdicción sobre el lugar, en agradecimiento a los servicios prestados por su montero mayor Esteban Pacheco, padre de María Pacheco, con el fin de que se pueble, ya que no disponían de tropa privada ni de nadie que defendiese su fortaleza. Fijaos si sería grande la fama del talento, hermosura y riquezas de doña María Pacheco, que no dudó en pedir su mano un caballero como don Alvar Pérez Osorio, 1er. Marqués de Astorga, Señor de la Cepeda, Conde de Trastámara y Conde de Villalobos, el cual hubo de consentir en las capitulaciones matrimoniales que los hijos del matrimonio llevasen como primer apellido el de la madre.

      Como anécdota, os cuento que fruto de las numerosas confrontaciones bélicas que padecen Ciudad Rodrigo y su tierra en los siglos XIII y XIV, resulta una clara política repobladora que da lugar a las llamadas "cartas de vecindad". En una de ellas, el rey Juan II ordena, que cualquier vecino de Portugal que viniese a morar a Ciudad Rodrigo y su tierra, quedaría exento de todo impuesto por 15 años. Y es aquí donde sale a relucir la chispa y agudeza de ingenio que atesoráis por estas tierras, consecuencia del cual, en 1447 fue necesario dictar una ordenanza en Ciudad Rodrigo, en los términos siguientes: "No se otorgarán cartas de vecindad a aquellos vecinos de la ciudad y su tierra que, por no pagar impuestos, se marchen a vivir al reino de Portugal, para después retornar al cabo de un tiempo y ganar la exención"-¡Vaya si eran listos!-.

      Pero si la Guerra de Sucesión supuso cuatro años de continuas cabalgadas de los portugueses por las tierras de Ciudad Rodrigo arrasando y robando haciendas, no menos fatigas, sufrimientos y calamidades trajeron los veintiocho años de duración de la Guerra de la Restauración con Portugal. Valga como muestra que en el año 1643 Álvaro de Abrantes, gobernador de la Beira, atacó esta plaza apoderándose de ella y entregándola a las llamas, aunque sin poder rendir su castillo, por lo que se retiró a Alfayates, no sin antes talar y arrasar la campiña y llevarse los ganados. Tan sólo unos años después, el 12 de marzo de 1660, invaden los portugueses el campo de Argañán con seis mil infantes y ochocientos hombres a caballo. Esta vez sí cae el castillo de Alberguería, que permanece en manos portuguesas hasta el mes de julio de 1661, en que lo recupera el duque de Osuna, recibiendo del rey orden de restaurarlo inmediatamente.Perdido de nuevo, por segunda vez, los ejércitos de la Monarquía lo recuperan en el año 1664.

      Todos estos hechos nos hablan de la gran importancia estratégica que tuvo Alberguería debido a su situación sobre la misma frontera y al hecho de contar con castillo fortaleza para ejercer el control de la misma, y de cuyo declive tenemos noticia a través del Catastro del Marqués de la Ensenada (Alberguería 1752), en el que se le define en estado de ruina y bajo propiedad de Don Vicente Moctezuma, Conde de Alba de Yeltes, Marqués de Cerralbo, Almarza y Flores Dávila. En abril de 1949 fue declarado Bien de Interés Cultural.

      Pero, como ya anticipé, es el momento de hacer el canto al pasado de nuestro pueblo a través de las propias vivencias. Y así, empezaré por deciros que uno de los más intensos recuerdos que almaceno en mi memoria lejana se refiere, precisamente, a uno de los primeros veranos que pasé aquí, contando a penas tres años. Todos los años en cuanto nos daban las vacaciones nos veníamos a Alberguería. El verano significaba la ilusión y alegría de poder estar de nuevo con mis abuelos, tíos y primos, y con un buen montón de amigos con los que compartir un inagotable número de nuevas, divertidas y más que arriesgadas experiencias. Venir al pueblo significaba eso que tanto buscamos de mayores: libertad. Aquí sentí la intensidad de la infancia, de la adolescencia, y de una buena parte de mi juventud, bajo el calor de los seres queridos y al amparo de los lazos familiares. Con cierta añoranza os digo que la Alberguería de aquel entonces era plenamente rural y se asomaba a un campo cuya variedad de olores, sonidos y sensaciones han quedado tan profundamente grabados en mi memoria, que su simple evocación me retrotrae inmediatamente a las vivencias de aquellos felices años. Frente a la enorme ciudad de donde venía, el Pueblo y sus gentes eran algo próximo, inmediato, que casi se podía sentir como un ser vivo.

      Alberguería me ofrecía en aquel entonces,..prados, canchales, huertas y pinares, más una hermosa dehesa para correr y disfrutar;…nidos con huevos cuya ubicación celosamente ocultaba;… lagartos, bastardos, ranas y renacuajos;…mi primera jaula con pajarillo que alimentar y cuidar, cual "TAMAGOCHI";…jugar a la chirumba, a "la olla", a "zorro, pico, zaina", a vistas, a guardias y contrabandistas, a los coches con carrocería de lata de sardinas y ruedas de carrete, a moler tierra en las paredes de la calleja de mi abuelo, a pastorear "bugallas" entre "engarillas" de paja y, como no recordarlo, a los arcos que, con tanto esmero nos enseñó a hacer Rogelio.

      Alberguería me invitaba entonces,…a ir a Escuela con una lata llena de ascuas a modo de estufa;…a disfrutar del queso y de la leche de la Ayuda Americana;…a montar en el carro;…a trillar;…a ver mallar;…a hacer de tapón entre las piernas de los mayores para recoger la parva;…a ver la trilladora de Nino;…a recoger los cuernos del centeno;…a enrasar la media;…a atar los sacos de trigo;…a estorbar en la escalera del "sobrao" cuando subían los sacos, y a escaquearme para evitar los picores de la paja durante el acarreo;…a ver esquilar y poner "moreno" en los cortes;…a vendimiar y ver prensar;…a montar en la yegua de mi tío Hipólito, gracias a mi tía Tomasa;…a llevar las vacas en la burra, mejor que andando;…a vigilar a la burra durante las 2000 vueltas que, por lo menos, duraba el riego de la huerta, si no más, cuando coincidía que la pandilla te estaba esperando; y… a qué seguir: Un sin fin de cosas más que colmaron mi infancia y adolescencia de felices e inolvidables momentos.

      Con el paso del tiempo fueron ya otros los gozos y las sombras de mis estancias en Alberguería. Sabéis que el tiempo filtra y dulcifica los recuerdos para que la vida y las cosas de nuestro pasado, vistas a través de la nostalgia, nos parezcan mejor de lo que en realidad fueron. De ahí aquello de que "Cualquier tiempo pasado fue mejor". Quizá por eso me parece imposible, improcedente e incluso imprudente describir aquí tantos y tan buenos recuerdos como acuden a mi mente. Me lo vais a perdonar.

      Pero Alberguería no es sólo pasado, sino también presente y futuro. Es patente hoy que el envejecimiento y la despoblación, las limitaciones administrativas, económicas y culturales, han venido estrangulado los procesos de desarrollo y están aupando a estas áreas de economía débil a enmarcarse entre las comarcas rurales que, eufemísticamente llaman "deprimidas". Pero creo que debemos y podemos ser optimistas. La Comarca dispone de un amplio abanico de soportes y oportunidades: diversas y contrastadas unidades paisajísticas, producción de electricidad, alimentos de calidad, rico patrimonio natural e histórico-artístico, identidad cultural, etc. Pero, además, y como complemento a la posible solución que supondría la aplicación por parte de nuestros regidores de una acertada política de desarrollo rural sostenible, enfocada a la diversificación de las actividades económicas y sociales, en Alberguería tenemos mucho oxígeno, naturaleza, sol, paz y tranquilidad para ofrecer a esa civilización venidera, que necesariamente habrá de administrar su tiempo libre. ¡Seamos optimistas!, aunque con el mazo dando.

      Pero, ¿que sería de un pregón si de las fiestas no hablase?. Pues eso, qué no sería tal. Hablemos pues de las fiestas. De ese retorno a nuestras raíces. De esa manifestación de nuestras señas de identidad que, es aquí, en pueblos pequeños como el nuestro, donde se pone de manifiesto el legado cultural y patrimonial que subyace bajo un modesto programa de fiestas.

      De las nuestras decía Casiano Sánchez Aires, hace ya más de un siglo, en su libro "GEOGRAFÍA, HISTORICA Y ESTADÍSTICA DEL PARTIDO JUDICIAL DE CIUDAD RODRIGO": "....fiestas clásicas, la de Santiago y Sta. Ana, ésta con ofertorio y aquella con bailables y una touradinha. No suelen faltar puestos de golosinas, para tormento de chiquillos embelesados. Acude numeroso gentío, no sólo de España sino del Extranjero (Aldea de Ponte, Forcalhos, Aldea do Bispo, é de outros muitos populos portuenses).El día de Santa Ana llenan de roscas los brazos de las andas colocadas en el Presbiterio; hecha la festividad religiosa matutina con disparo de cohetes, procesión y demás, celebrase por la tarde el Ofertorio, sacando la Santa á la puerta de la Iglesia, y una vez terminado, procede el mayordomo en presencia del Cura á la pública licitación"

      Creo que no puede quedar más claro el legado, el mantenimiento de la tradición. Nadie diría que no se trata de la descripción de la fiesta del año pasado . Por eso, y aunque el mundo de hoy esté marcado por lo que se conoce como el proceso de la globalización, por el que los modelos económicos, sociales y culturales de carácter mundial se imponen sobre los de carácter nacional o regional, debemos luchar para que dicho proceso no incida negativamente en la supervivencia y valoración de nuestras mejores tradiciones.

      Las fiestas son un acontecimiento ritual, colectivo y cada vez menos espontáneo, desafortunadamente, del que el hombre ha tenido necesidad desde el principio de los tiempos. Las fiestas que tanta ilusión han hecho siempre a los jóvenes y a los no tan jóvenes, nos invitan a romper esa rutina que siempre amenaza con extender una capa de moho sobre la vida. Nos invitan a romper la monotonía. Nos colocan en una situación de confraternización, de relaciones sociales igualitarias, espontáneas y cercanas. Nos colocan, en definitiva, en una nueva y diferente realidad social.

      ¡Queridos familiares, amigos, vecinos y visitantes! ¡La fiesta empieza ya! ¡Olvidemos lo cotidiano y, diferencias al margen, unámonos todos para cantar, bailar y reír, dentro del mayor respeto y cordialidad. Esa es la diversión que debería manar abundantemente en estas Fiestas de Santa Ana.

      Pero antes, y ya para finalizar, quisiera haceros partícipes de la gran satisfacción que me ha producido haberme podido encontrar esta noche, frente a frente, con este Pueblo de Alberguería. Con la Alberguería de los míos, de los que son y de los que, aunque se fueron, permanecen vivos en mi memoria. Mi mejor recuerdo para todos ellos, pero… especialmente para mi madre. La Alberguería de mis amigos, de los que están y de los que se fueron….mi recuerdo para vosotros. La Alberguería de las mujeres y de los hombres que la habitaron y habitan, la más profunda esencia de "lo humano"….mi evocación y homenaje para todos vosotros. ¡Este es mi pueblo!

      Gracias por vuestra presencia y por la atención que me habéis prestado.

      Y ahora, gritad conmigo:


¡Viva Santa Ana!
¡Viva Alberguería!
¡Vivan los Mayordomos, madrinas y padrinos!
¡Vivan sus fiestas!

ALBERTO LANCHAS GONZÁLEZ

La Alberguería de Argañán, 25 de julio de 2006.

 
 

José Antonio Blanco

ESPEJOS RURALES: LA ALBERGUERÍA DE ARGAÑÁN

    La Alberguería de Argañán. Perla entre valvas de bizazas agazapada a la sombra de arcaicos oteros. Coto privado de apenas trescientas almas bajo crepusculares miradas de canchales aborregados y terrazas de cultivo silvestre. Zarzamora de la morería infiel con la chilaba de musgo intenso. Entre zaragüelles y ortigas. Entre el oropel legal y la honradez del trapicheo. Entre guardiñas y tricornios. Entre envidias colindantes y olvidos parlamentarios. Entre el Calvario, la Senara y el viejo Campanario. Alberguería de albergue moro y botón charro. Hoy, cuitada, sola, quiere calzarse las albarcas nuevamente, sin olvidar la profunda y miserable cicatriz trapera en la racha del pantalón de pana gorda. Y es que la miseria agudiza el ingenio y convierte a los hombre en seres inteligentes.

    Alberguería, simplemente. Para quien quiera y pueda sentirse atraído por esa singularidad sin sobresaltos orogénicos y la armonía melódica de un paisaje grácil con sabor a roca granítica y aromas de fresno verde a orillas del caprichoso regato que juega a esconderse entre mantillas de maruja y bordados con oros de manzanilla.

    El pueblo aún mantiene ese virgo ecológico tan sólo adulterado por la horda asfáltica del progreso que muere en la "Caseta": refugio de extinguidos carabineros que, a veces, hace temblar. Es el precio por atisbar cualquier halo de supervivencia. No quiere morirse lentamente. Más bien, se aferra a la sombra fantasmal del Álamo, blasón (hoy encina por designios providenciales de la mala fe), para que transcurra un equilibrio sin sobresaltos, con todas las virtudes de una vida rural. Donde la aldaba es la única traba para llegar hasta el olor del tizón y la torrá de manteca. Donde nadie tiene prisa porque el tiempo parece entretenido escuchando sinfonías de mirlos, oropéndolas, jilgueros y coros de rolas. Donde la honestidad de sus gentes arrastran el serpenteo silencioso, cotidiano, cada vez que arrean con la fresca las, cada vez más exiguas, piaras de ovejas y otras reses camino del Bucharaño o la Dehesa, siempre tras el rastro hostil del pasto añejo. Donde la honradez de esos hombres de palabra se resume, todavía, en un simple apretón de manos.

    Visitar Alberguería es como zambullirse en el pasado fronterizo y disfrutar de las veredas salvajes y el aire puro del ya viejo Madroñal, la Fuentita, el Camino Aldea, la Barrera y la Cortina Renteros. Es como jugar a amores y amoríos bajo vigilancia del castillo moro, húsar destronado, delator de deslices, secretos. Es como ofrecer el roscón tradicional a Santana, patrona del mes de julio, y así, bajo el manto emigrante, pueda protegerte de las astas durante la carrera del popular encierro a caballo. No he visto ninguno tan bello, original y solidario. Es como escuchar el repique de campanas volteadas por un alcalde que predica en la homilía, al son de corneta y alguacil, la idea del paraíso fiscal temporal que favorezca toda empresa capaz de reanimar la llama de aquella añorada actividad económica/social que supo mantener la ilusión y la hermandad de una cultura bilingüe condenada, por obligación, a sobrevivir.

    Llegar hasta La Alberguería es tarea sencilla. Basta con pasar Ciudad Rodrigo (dirección Portugal) y a unos 4 ó 5 kilómetros coger el desvío que nos llevará hasta el pueblo ubicado a unos 37 kilómetros, muy cerca de la frontera portuguesa. Antes, habrá que pasar por las localidades de Ituero y Puebla de Azaba.

    El lugar de alojamiento más adecuado es la Casa Rural, en la misma plaza. Se trata de una idea materializada por Paquita y Germán. Así la ofrecen, con todo lujo de detalles y pormenores, garantizando al viajero, dicho sea de paso, ese descanso merecido. En ella se conservan los encantos de la tierra y parte de las raíces culturales profundas de un pueblo todavía vivo. La casa es de nueva construcción. Llama la atención la fachada revestida con piedra del lugar y noble madera en ventanas y puertas. Por dentro, recoge el alma de ese hogar campesino, donde la decoración, fiel al medio ambiente y la manufactura lugareña, la hace más acogedora. La relación calidad-precio es interesante. En el bar darán razón de ello. Para visitar los parajes de alrededor, incluyendo el país vecino, basta con dejarse aconsejar por los lugareños. La experiencia volverá a repetirse.

José Antonio Blanco, 31 de agosto de 2000



PREGÓN DE FIESTAS

SANTA ANA 2005




Distinguidas autoridades, vecinos de Alberguería, amigos todos: muy buenas tardes.

Me cabe el inmenso honor de dirigiros la palabra en el comienzo de vuestras fiestas. Y hace tiempo que me pregunto qué os iba a contar. ¿Hablaros de la Historia de vuestro pueblo? No tengo autoridad para deciros nada al respecto que no sepáis o que no os lo hayan contado personas de mayor enjundia que yo. ¿Contextualizar su vida social, política, económica? No quería que me arrojarais tomates al final de mi discurso.

Así es que he optado por la calle de en medio. Hablaré, lo más ordenadamente posible, de las vivencias que tuve entre vosotros, que son vuestras propias vivencias, porque compartimos unos años inolvidables, de una época muy bonita: mi infancia.

En 1936, año de infausto recuerdo, desde un lugar lejano, lejano, desembarco en este bendito pueblo que me adoptó sin reservas, sin condiciones. Fue entonces cuando descubrí que en Alberguería de Argañán había sólo dos tipos de personas: las buenas y … las mejores.
La vida me llevó por otros lugares, pero durante los siete años que pasé entre vosotros aprendí, disfruté y crecí por dentro y por fuera.

Me cautivaban las historias escondidas en este castillo. El ulular del viento susurraba en mis oídos melodías únicas e irrepetibles que no olvidé nunca.

El fulgor de esa campiña ha acompañado siempre mi retina, cansada ya de ver tantas cosas, y su recuerdo ha solazado mi espíritu cada vez que volvía aquí con la mente.

Mucho tengo que agradecer a este lugar, aunque una tierra no es gran cosa sin las personas que la habitan. A modo de órgano vital, son las gentes las que le insuflan el pálpito de vida. Son sus vivencias sencillas, cotidianas, las que conforman la Historia de un Pueblo.

Hablaré de mis recuerdos entre los años 36 y 43 del pasado siglo; de las gentes y lugares de Alberguería. De muchos aspectos, tan solo me queda un destello, aunque muy breve, muy intenso, porque eran muchas cosas, y yo, muy pequeña.

El Calvario, en primavera. Mi madre y yo, por las tardes, hacíamos labores a la solana, resguardadas del viento por las peñas. A veces, no muchas, porque no tenía tanto vagar, nos acompañaba la Tía Juana Fariña, ¡qué mujer!, fue un ángel bueno y protector de mi madre y mío.

La Dehesa, por cuyas laderas corrí y corrí, saciando después mi sed en el regato que por allí discurría con un agua clara, limpia, cristalina. Arriba de La Dehesa estaba lo que llamaban “El muro”; era como una pequeña central eléctrica desde la que nos mandaban la luz al pueblo. Se encargaba de ello el señor José, “El maquinista”. Así le llamaban. Vivía en la plaza, esquina al camino de Aldeia da Ponte, al lado de Tía Maricruz, “La aguardientera”.

El señor José estaba casado con la señora María. Tenían varias hijas. Con una de ellas, Carolina, aún vive con noventa y tantos años, vine a emparentar muchos años después de dejar el pueblo.

El Charaíz. Un pilón, un caño y vegetación. ¡Qué bien se estaba allí! El bienestar me rebosaba por cada poro de la piel. Cantaba a pleno pulmón mientras mi madre lavaba.

También en La Fresneda se estaba de maravilla, aunque aquí no cantaba. En la temporada, tenía la boca llena de moras.

En la Navelantera, mi madre alquiló un terreno que convirtió en huerto. Tenía un canchal con matorrales, peñas y un roble, donde hacían su nido los pájaros.

El Barroco Ladrón, con sus grandes peñas y su regato abundante de maruja, cuando aún se podía coger.

Los Pinos, que fueron mi segunda escuela. Allí me enviaba la Tía Juana Fariña a llevarle la comida a Chago, su hijo, que pasaba todo el día allí cuidando de las cabras y había sido capaz de desarrollar una curiosidad innata que podía satisfacer aprendiendo de forma natural, merced al tedioso oficio que desempeñaba. Fue capaz también de transmitirme aquella sabiduría y le recuerdo con admiración por todas las cosas que tuvo la generosidad de enseñarme.

El Madroñal, la caseta de los Carabineros, la Atalaya, …

La calle Grande, el álamo de la plaza, que estaba en todo su esplendor y servía de burladero cuando había toros en las fiestas, acogía el ofertorio de los Padrinos y Madrinas, en la calle, junto a la puerta de la iglesia. En el álamo terminaba la procesión de Santa Ana.

La calle Maravedí, que salía, no sé si sale aún, de detrás de la iglesia y terminaba en el caño de los Barreros; un caño que junto con el de la plaza nos abastecía de agua todo el año, pero que en verano brotaban tan despacio que dejábamos el cacharro puesto y nos íbamos a otra cosa, ¿para qué tendríamos tanta prisa?, hasta que volvíamos a buscarlo lleno. Momento en que comenzaba un paseo muy particular, porque lo acarreábamos a la cabeza, que llevábamos tiesa como una vela, descansando el cántaro en una tela enrollada que hacía un círculo, proporcionándonos un andar peculiar, que muchas modelos de pasarela quisieran. Es éste un aspecto que caracterizaba a las mozas del pueblo añadiendo a su donaire un aspecto de bien “plantás”.

La iglesia estaba muy concurrida, había misa diaria a la que asistían casi todos, supongo que como ahora. Conocí a dos curas, primero estaba Don Lorenzo y después Don Silvestre. Se accedía a la iglesia por la puerta de la plaza, según se entraba había un Cristo enfrente; y, a la izquierda se llegaba al altar Mayor por el pasillo de en medio.

Existía la costumbre de separarse por sexos. En los bancos de la izquierda, según se entra, se ponían los hombres; y, a la derecha, las mujeres. Los niños y niñas seguían el mismo orden, pero más cerca del altar. A la izquierda, cerca del púlpito había un San Antonio precioso, al que yo quería mucho por los relatos que me contaba mi madre Sobre el Pan de San Antonio.

Me gustaba la iglesia, como lugar de recogimiento, era muy acogedora, también sobrecogedora, las imágenes de santos que la iconografía popular nos ha transmitido, han hecho mella en nuestra mentalidad. O acaso se deba, por el contrario, a los libros que me dejaba Don Silvestre, todos, vidas de santos. Me interesa aclarar que Don Silvestre no era el librero del pueblo. No había librería, de ahí que, todos los libros que cayeron en mi mano, los devoraba, sin poner reparos a su contenido. Creo que le debo a este cura tanto como a mis maestros que me enseñaron las primeras letras, el universo lector que me proporcionó y me convirtió en lectora voraz con el paso de los años.

Había que aprovechar, dicen que la ocasión la pintan calva, el menor resquicio de posibilidad que surgía en el pueblo. Así, a las excursiones al aire libre, la visita de monumentos y el uso de la biblioteca, en los términos que quedan referidos, añadí, con más soltura que desfachatez, a mi peculio particular, el primer intercambio cultural gastronómico del que haya constancia en la comarca. Fue como sigue: cercana a mi casa, se encontraba la de la Tía Manuela, que en los tiempos de trabajo duro en la agricultura, acogía, por las noches, todo un ritual, para alimentar a las muchas personas que laboraban sus campos. Rayando la puesta del sol de verano, o sea, muy tarde, se escapaba un olorcillo a comida que resucitara a un muerto. Cuando los hombres comenzaban a llegar, todo era algarabía; después se escuchaba un toc, toc, toc, rápido y muy, muy continuo. Tras este sonido se hacía un gran silencio, a la par que el olorcillo se desvanecía. Yo me hacía de cruces pensando qué sería el toc, toc, toc, y levitaba siguiendo los efluvios de aquel olor. Traía a mi madre por la calle de la amargura para que reprodujera en casa el ritual, pero no había modo. Hasta que un día, mi madre le preguntó a la Tía Manuela el modus operandi. Ella, todo corazón, reconoció humildemente “sólo son patatas con torreznos. Que venga una noche a cenar y que mi hija vaya a su casa”. Dicho y hecho. La siguiente noche, desde bien temprano, me fui a casa de la Tía Manuela. En una panzuda olla, al fuego de la chimenea, cocían patatas con agua, sal y laurel. En una sartén con patas se freían torreznos de los de verdad. Se retiraba algo de la grasa que soltaban y se echaba a la olla de las patatas, tras lo cual, se volcaban en una fuente. Cada comensal, en la propia fuente, machacaba las patatas a su gusto; por eso sonaba toc, toc, toc. Un pan cortado en rebanadas grandes acogía generosamente los torreznos, que se sujetaban en la mano que no sostenía la cuchara de palo. Y se procedía de la siguiente manera: “bocao de patatas, bocao de torreznos”.
No sé qué cenó en mi casa la hija de mi vecina, pero creo, sinceramente, que salí ganando. Hoy deambula una receta llamada “Patatas machaconas”; creo que en realidad, debían llamarse “Patatas de la Tía Manuela”.

Otro de los entretenimientos venía de lejos, cargado en carromatos tirados por burros. Encima de la escuela, que estaba al lado del Ayuntamiento, había un local que se usaba a modo de teatro. Allí veíamos las representaciones que traían los cómicos de la legua. Era, quizá, la única diversión que teníamos en la época. Acudía todo el pueblo. Supongo que aprovechando el tirón de las funciones, el maestro realizó un montaje dramático con los chicos y chicas de la escuela. La temática era una exaltación exacerbada del patriotismo. Os ahorraré las palabras de mi intervención en la obra, pero la recuerdo letra por letra.

Aquel maestro era Don José Cacho, de constitución menuda, lo que le valía el apelativo cariñoso de Don José Cacho, “El cacho maestro”.

También había una maestra, Doña Victoria Espáriz Villaverde, que con los pocos medios de que disponía supo inculcarnos el afán por aprender.


En esa escuela
“Comencé a subir por la escala del deber.
Aquí comencé a escribir
Y aquí me solté a leer”

Fueron mis compañeras en la escuela: Herminia Corbí, Dolores Blanco, Lorenza Martín; Manuela, Emilia, Engracia y Brígida Manzano (hijas de Manuel y Engracia, dueños del comercio que había en la plaza); Primi (la hija de tío Quico Federico).

Las personas que recuerdo en el pueblo eran: Don Jorge –el boticario– y Doña Antonia y sus hijos Pepe, Julio y Maruja; Don Antonio Magdalena y Doña Amparo, así como a su hija Amparito; Doña Angelita y su hija Rosarito; Don Amando Acebes – el secretario –, padre de Conchita y Miguel.

Dolores era hija del sacristán, llamado “negrito” por el color de su piel, aunque su apellido era Blanco.

La casa que habité pertenecía al tío José María Martín, el padre de Carolina, Carmen, Paco, Tomás, José y Lorenza. Estaba situada enfrente de la del señor Nicomedes, el zapatero.

Tenía un corral muy grande donde esquilaban las ovejas.

Carmen Ríos, que me regaló una estampa para mi Primera Comunión. Le escribió por detrás esta dedicatoria: cito “Te ofrezco esta estampa; como recuerdo del día más dichoso y feliz de tu vida. Pídele mucho a Jesús Sacramentado te haga una niña buena y Santa. Tu amiga que así lo desea. Carmen”. Fin de la cita.

De Doña Victoria, la maestra, también conservo una postal que me regaló por el mismo motivo. Ésta dice: cito “Recuerdo del día más feliz de mi vida en que por vez primera entró Jesús en mi pecho aceptando la angelical ofrenda de mi corazón. Para Petra Sacristán de su profesora Victoria Espáriz. Alberguería. 9 de mayo de 1937” Fin de la cita.

Me interesa poner en relieve estas sencillas, aunque entrañables dedicatorias, para que entre todos seamos capaces de valorar más juiciosamente los deseos que brotan sinceros de lo más íntimo de un corazón para llegar al fondo de otro y permanecer allí de por vida.

Algo parecido me ocurre con el matrimonio del señor Andrés Duque y la señora Bárbara, de los que fuimos vecinos. Siempre he guardado la convicción de que el aprecio y admiración que me suscitaban, se fundamentaba en el mero hecho de la cercanía, apoyado quizá en la devoción que demostraba en su trabajo de herrero, en la infinita paciencia y dedicación que aplicaba a su quehacer diario, modelando una y otra vez el hierro candente hasta conseguir la forma perfecta. Yo permanecía horas enteras, subyugada por el embrujo de la fragua chispeante, sin poder apartar los ojos del fuego. También se encargaba de herrar a las caballerías, en un potro que tenía al efecto, donde les ponía sus “zapatos nuevos”, por usar la expresión que él empleaba. Sospecho que también dominaba las artes curativas de los animales, pues le venían a buscar para asistir al perdedor de alguna disputa entre astados.

Era éste un matrimonio mayor, que irradiaba una tranquilidad sólo proporcionada por la acumulación de experiencias apacibles. Tenían un hijo, Ambrosio, que vivía muy cerca de la plaza, con su mujer, Catalina.

Alguna amargura también se ha de recordar. Vivimos aquí la Guerra Civil, menos tres meses que acuartelaron a mi padre en Salamanca. Aunque alejada en la distancia, la guerra estaba cercana en la vida cotidiana. Ayudaba a este menester el transistor de Doña Angelita, a cuya ventana, enfrente del Ayuntamiento, acudían los vecinos, cada tarde, a escuchar el “parte”. Se trataba del parte de guerra, en el que se detallaba pormenorizadamente, los caídos (muertos) o heridos. No quedó en mi mente ningún recuerdo doloroso, por lo que me inclino a pensar que esa parte de la Historia fue benigna con los albergallos.

A todas las niñas nos hicieron “flechas”, así llamadas en alusión al emblema de la Falange Española. A mí me encantaba la especie de uniforme que nos pusieron, camisa azul; pero debía sentarme de maravilla la exaltación patriótica, pues a fuerza de arengas y sermones, que si España te necesita por aquí, que si España está pobre, por allá, que si colabora, que si patatín, que si patatán, ni corta ni perezosa, me presenté a Conchita Acebes, encargada de recoger el oro para España y le espeté a bote pronto: “Quítame los pendientes”; y me los quitó. Llegué tan contenta a casa, tan española, tan satisfecha de mi acción, tan Quijote, “que el gozo me reventaba por las cinchas de mi caballo”, si lo hubiera tenido. Y quizás lo hubiera necesitado, no voy a relatar aquí lo “satisfecha y orgullosa” que se sintió mi madre cuando supo que me había desprendido del regalo que mi madrina me hizo para la pila del bautismo. Pero salvamos España, que era de lo que se trataba.

Coincidió esto con el racionamiento y su compañero inseparable, el estraperlo. De lo primero, recuerdo un bollito diario de 50 gramos de pan, que nos lo servía Carmen la de la callejita. De lo segundo, íbamos a Portugal a por “triguiño”, así llaman los portugueses al pan; y, ya de puestos y por amortizar el viaje, traíamos de paso azúcar, café, bacalao, lo que podíamos, que no sería mucho, por la carestía.

Seguro que podía contar más cosas del estraperlo, pero estaría mal visto en la hija de un carabinero.

Tras aquella infancia feliz, creo que un hecho me estaba diciendo: Petra, ya estás lista para enfrentarte a la vida. Sentí un espaldarazo, cual Lázaro su calabazada propinada por el ciego en el toro de la puente de Salamanca, Chago, que tan buena disposición mostró siempre conmigo, fue el que me hizo comprender que me estaba haciendo mayor. Una tarde, ordeñando las cabras, me pidió que me acercara. Presta, como siempre, a sus indicaciones, acudí porque me encantaba hacer como que ordeñaba; y él, cogiendo de la ubre que tenía entre los dedos, me chorreó en la cara toda la leche que contenía, y, sonriendo me dijo: ahora, ya sabes ordeñar.

Se van agotando los recuerdos, pero no quisiera dejar sin mencionar, la absoluta hospitalidad que me brindasteis a mí y a mi familia. La integración fue total y se materializó en múltiples aspectos. Entre ellos, recuerdo que hasta me hicieron madrina de bautismo de Tita.

No me resta, queridos amigos, sino agradeceros una vez más vuestra gentileza por escuchar mis humildes palabras.

Me vais a permitir, no obstante, que personalice un agradecimiento muy especial a Santiago Martín, así como a su esposa María, tanto por la labor que están realizando de dar a conocer el pueblo, aprovechando la era de la Globalización, como por su esfuerzo denodado de mantener vivo lo vuestro. Sirva esta tribuna para proponerles como cronistas del pueblo.

Termino con un poema mío, no será el más bonito que haya recibido Alberguería, pero sí puedo garantizar que será uno de los más sinceros.

Dice así:


Alberguería de mis amores,
Pueblo querido y no olvidado.
¡Ay!, cuando a los quince abriles
sucedan los cincuenta años
y el mundo con sus engaños
haya dejado cruelmente
llena de arrugas mi frente
y el alma de desengaños.
Con qué inefable ternura
recordaré la ventura
y el buen tiempo transcurrido
a la sombra protectora
de mi pueblo tan querido.
Alberguería de mis amores,
que te yergues entre flores
De un edén primaveral:
te quiero como se quiere
la vista del ideal
y que Dios, por especial gracia,
dejó en ti escondido
como un rincón del perdido
Paraíso Terrenal.
Yo amoldaré mi existencia
a la virtud y a la ciencia
en tus campos aprendida.
Será mi faro en la vida
tu recuerdo, Alberguería,
y si vuelvo algún día
¡será inmensa mi alegría!

¡Viva Santa Ana! ¡Vivan los mayordomos! ¡Viva Alberguería!



Alberguería de Argañán, 25 de julio de 2005


por PETRA SACRISTÁN MARTIN


PREGÓN DE FIESTAS

SANTA ANA 2004

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE MI PUEBLO.


Vamos a ver como cuento,
Lo que os quiero contar,
Y situar en el recuerdo,
Este grandioso lugar.
Que no es otro que mi pueblo
Que me vio un día despertar.

La autoridad me ha llamado
A ser el pregonero
Como el ingenio no es mucho
Me arriesgo con el verso

¿Qué mérito me acompaña
para subir a este balcón?
Uno solo y no engaña
Ser un hijo que aquí nació.

Vaya mi parlamento al tiempo pasado.
Quiero traeros el sentido recuerdo
De algo que existió y nos ha dejado.
Sin pedir el mínimo sueldo.

Casi sesenta años se han ido
Desde que por los cuarenta
Muchos hemos nacido
Como niños de la pos guerra

Para que traiga aquellas cosas
Que nos vieron andar,
Existe algo que nos une,
No es la política, objeto
Sino la grande Santana, su hija y su nieto

La vida nos ha ido alejando
De aquellos años pasados.
Muchas cosas se han muerto
Sin haberlas olvidado.

Mi recuerdo no es nostalgia vana.
Sino acercar al presente,
En lo más profundo del alma.
Cosas que vivimos ciertamente.

Vaya el recuerdo primero
De forma muy sentida
Por aquel árbol altanero
Que fue presencia en nuestra vida.

Ya sabéis de que os hablo.
Y lo hago con profundo afecto.
Al álamo recuerdo
Y no lo invoco seco.

Era la historia viva del pueblo.
Era el recuerdo lejano.
Cuando necesidades de sustento.
Nos hicieron salir antaño.

¿Dónde está nuestro álamo?
¿Dónde su frondosa copa?
¿Dónde sus piedras al descanso reclamo?
¿Cuántas historias el tiempo arropa?

¿Cuántos sones en la fiesta
Vio danzar en derredor?
¡Maldita grafiosis infesta
que del norte vino y se lo llevó!

¡Qué armonía formaba en la plaza
con el arco, la puerta y su portón
¡Qué defensa era de la vaca
Cuando al trasero acercaba el pitón!

Poco a poco se fue abriendo
¿No recordáis sus desmoches?
Sus lianas largas colgando
Para disfrute de peques por las noches

Presidía el ofertorio de la Santa,
La subasta del roscón,
la hoguera de San Juan alta,
O el óvolo al último lobo muerto.
Nos defendía de las vacas,
Que pasaban por el centro.

Era nuestro
Este encinacho da ahora
¿Cuándo será tan apuesto?
¿Cuándo recordara su sombra?

Sigamos con los recuerdos:
Vayamos a los largos inviernos
¿Quién no vio aquellos chupiteles tiesos?
Que sus gotas alimentaban charcos de hielo

Chapoteados por la tarde
Por animales recios
Que llegaban de la dehesa
Buscando el heno seco.

Con qué orden era preciso atar
en las pesebreras largas
para mantener la paz
en las viejas cuadras.

¿No os recordáis paisanos
cómo alguno de vosotros
Aún sin ser ni mozos
Con azada y negras gorras
Ibais tras la arada
a tapar las chorras?

¿Habéis calculado al azar,
en un momento perdido,
que fruto se podía sacar
con tanto esfuerzo vivido?.

De las fiestas de invernales
¿No recordáis las de enero?
Pidiendo por los portales,
Iba el pregonero.

Llegaba la subasta con tono
Quien da más
Gritaba el mayordomo
Por los guevos de San Sebastián.

Entrada la primavera
Todos buscábamos el agua
Que orientada a la pradera
Hiciera la hierba alta.

¿Quien no llevaba sal,
Por el camino de Aldea,
Buscando en algún lugar
Unas verdes acederas?

¿Queréis que os refresque un poco
algo que todos sabían?
Tomando unos años a lo loco
¿Cuántos niños y niñas nacían?

Veamos el cuarenta y siete,
Venticinco se hicieron de Dios.
Veintiocho, al año siguiente.
En el cuarenta y nueve, veintidós

Diez años más tarde solo dieciséis
Cuatro en el setenta y cuatro
Hoy estadísticas no echéis,
Que no sale ni el gato.

De los primeros somos algunos.
Qué quiero evocar aquí.
Del ocho era mi amigo Quinín.
Que siempre he recordado
como un amigo feliz,
que Dios hoy tiene a su lado
y nos espera ya allí.

Con tanto nacimiento,
Normal que hubiera,
Cuatro escuelas plagadas
De niños y niñas hasta la bandera.

Los muy pequeños aprendían
En el Catón la letra
Que en el juego pelota seguían
Las enseñanzas de Doña Perpetua.

Yo la recuerdo como niño primero
En el aula cuadrada y fría
Señalar con el puntero
Cubierta con su toquilla.

Siguiendo con personajes
¿Quién no piensa en Don Silvestre?
Por aquellos años nuestro pastor.
¿Quién no recuerda con suerte
frases que nos dejó?
“Si a descasarse tocarán”, sostiene,
“De ciento, noventa y nueve”.
Qué sabiduría la suya
Después de tanta confesión.

Para alcanzar la retreta,
¿No recordáis, con señaladas gafas,
Solicitando con respeto la peseta
A Tío Teclas yendo por las casas?

¡Cuántos se la negaron
Quedaron en escaso sustento!
Cuando viejos fueron
Pasado no mucho tiempo.

Entrado el verano,
Aparecía la mies madura.
Todos con la hoz en mano
Cortaban la paja dura.

Pronto con esmero
Cargar el carro en altura
Llegando a la era luego
Para elevar su escultura.

¿Dónde están los trilliques?
Qué con menos de diez años
Empezaron con los amos
¿Qué contratos les avalaban
aquellas jornadas eternas?
Que empezaban con las vacas
Allí donde las dejaban sueltas.
¡Dale agua en la ribera!











Las hacinas se extienden
En el terreno de la era
Las vacas uñidas vienen
Por el camino de la dehesa

Se inician miles de vueltas
Del trillo y los animales
El trillique con pica a cuestas
Va desgranando cantares.

Pensando en hacer la siesta
¡Qué sueños te entraban!
Y en un momento ¡Qué brusco despierte!
¡La pareja iba a la parva de enfrente!

¡Muchacho espabila y alarga la pala!
¡Que la voluntaria levanta el rabo!
Que no deje sucia la paja,
Y un poco oscuro el grano.

Gracias al ama de casa
Que reforzaba tu empeño
Con vino batido en huevo.
Así nos fuimos curtiendo
Para lo que nos vino luego.

¡Que feliz aventura
para los pequeños era
dormir a la luz de la luna
en la noche de estío fresca

El verano de la era
Junto al muelo
¡Cómo picaban los violeros
bajo el trillo vuelto¡

¿Algunos ya mayores no recordáis
Aquella rubia vieja
De Fidel Carabina
Que para arrancar sin queja
Utilizaba como gasolina
De tío Bachan la pareja?.

Luego se modernizó
Y hasta la baca iba cargando
Cuando el viajero aumentó
Para no ir a Ciudad andando.


Otra profesión había,
De la que nadie era lego
Cada uno astucia sentía
Al dedicarse al estraperlo.

¿Donde están aquellos guardias?
¿Dónde los guardiñas?
Qué nos aligeraban las cargas
Cuando llegabas por la viñas.

¡Viva la democracia, madre!
Que en abril a Portugal vino
Y a España algo más tarde
Librándonos de aquel destino.

¿Dónde está la cadena
de la caseta del caminero?
¿Dónde está que no pena
visitar al otro pueblo?
¿Para que la querríamos ahora
si ya somos europeos?

¿Quién no recuerda la mina
por allende el Colmenero?
¿Quién no sintió una espina
moviendo el cascote seco?

¡Qué duro era todo!
Si quería un carro leña buena,
Allí estaba Manolo,
Que camino de la Moheda
Con el hacha al hombro
La dejaba cargadera

¿Y la escasez de escobas?
Ahora tan abundantes,
los fuegos de los hornos
Las consumían voraces.

No era para menos
Si recordamos la industria
De los horneros.
Tía Fonsa y tía Juana,
Tía Juaquina y Tía Florencia.
Cocían en sus hornos
Para toda la concurrencia
Luego llegaron las tahonas
De Tía Adelaida, Carmen y tía Juliana
Que hacían las hornadas
Con mayor filigrana.
Hoy Siso con sus hogazas
Tiene una historia larga.

Sigamos con el alimento.
¿Cuánto huertos no había
que proporcionaban sustento
para toda la familia?.

Las norias de cangilones vueltos
Que agua fresca ascendían
Movidas por pollinos ciegos.
Son esculturas hoy día

¿Cuántos nogales no había?
Que con la calle lindaban
Como los chiquillos piedras cogían
Y a las altas ramas lanzaban.

Huyendo de inmediato,
El panorama atisbaban
Para volver a las nueces al rato
Que en los bolsillos guardaban.

Qué montón de piedras tiraderas
Recogió el buen Narciso
En el nogal de la escuela
Con la ayuda de sus hijos.

Anda que tía Rosinda
no salía airada al portón
para vigilar los nogales que tenía
camino del frontón.

Si de tirar piedras se trata.
Alguno recuerda bien.
Cómo la chaqueta se ata,
Para hacer un almacén

Cogiendo una por una luego
De manera harto certera
Las piedras que están dentro
Buscando la pitera.

Así se conquistaba con gana:
La lancha de la escuela, sí
Los barrios de Santana,
O la misma calle Maravedí.

¿Cómo sonaban las campanas
Con muchísimos bríos
En aquellas altas ventanas
Cuando éramos críos?

Recordando alguna historia
De vacas interesantes
Me viene a la memoria
una muy cabreante.

¡Señora mire usted bien!
Alertó Juanito Zato.
Qué esa vaca es del Sr. Daniel
Y a las mujeres da maltrato.

No hubo terminado el ademán
Y la zapatones puñetera
Volteó a Tiana de tío Román
Haciéndole una pitear.

Es posible que haya olvidado
Muchas cosas de aquel tiempo
Pero hay algo que no olvido
Porque lo llevo dentro
Es que ya no hay pobres
Como aquellos
A los que les faltaba de todo por serlo

Hoy tenemos derechos
Aunque nos cueste tenerlos
Y la pobreza no llega con el mismo sentimiento
para eso hemos pagado el tributo de estar lejos
de nuestro pueblo.

¡Gracias Santana que hoy nos das recogimiento!.
Nuestra vida es el futuro
Que es recuerdo de lo nuestro
Seamos vecinos correctos.

Muchas cosas he dejado
Para evitar aburrimiento.
Pero están a vuestro lado
Paisanos con mucho tiempo
Tío Angel, y Tío Cecilio,
Tía Santiaga y Tía Juliana
Que tienen tantos años
que casi llegan a ciento
pedirle sigan con el cuento.

Dejémonos de mandangas
Olvidémoslos de la siesta
Entremos en la charanga
Tengamos la peña abierta

Unámonos a Santana
Qué es la reina de la fiesta
Corramos toros mañana
Y por la noche: ¡Juerga!


¡Viva Santana!
¡Vivan los mayordomos!
¡Viva el ayuntamiento!
¡Viva Alberguería¡
¡Vivamos todos nosotros!

La Alberguería de Argañán, a 23 de julio de 2004.


Por ROGELIO GARCÍA SÁNCHEZ



             PREGÓN DE FIESTAS

             SANTA ANA 2003

 

Pregón de las Fiestas de Alberguería de Argañán en honor de su excelsa Patrona Santa Ana

26 de julio de 2003



Buenas tardes y bienvenidos, Señor Alcalde, Autoridades y "ALBERGALLOS", todos. Hombres y mujeres, jóvenes y niños. Propios y foráneos, bienvenidos todos a la fiesta mayor de ALBERGUERÍA DE ARGAÑAN, que desde hoy nos agrupa en uno de los mejores y más antiguos municipios de la comarca de Argañan, el de mas solera y abolengo en el Oeste de Salamanca.

La Alberguería de Argañan está inmersa en los viejos caminos de la piel de toro Ibérica; en el borde de las rutas de penetración fenicia y céltica. Esta es tierra de Wectones, cosida en la linde lusitana, por la ribera del Coa y la Sierra de la Estrella con el Sabugal que fue "tierra de Ciudad Rodrigo".

Estas cañadas fueron anchas vías de Cartago y de Roma, mas tarde inviolables caminos de trashumancia que van entre cercados de piedra cruzando el monte.

Nuestro pueblo, que es el vuestro, el de todos que se acercan a estas tierras, tiene mucha historia, escrita y sin escribir. Buena muestra son los vestigios de los poblados primitivos de Val de la Mancha, de los Pedernales, Val de Redondo, Los Cotorritos y algunos mas en las Remalladas y.. luego en el centro, el Señorío, en torno al cual vivían aquellos.

Nuestro pueblo siempre tuvo fortaleza, símbolo de poder y grandeza. Con el transcurso de los años, de los siglos, fue cambiando y desde 1400 (Siglo XV)ya tenemos datos escritos y certeros de lo que era el Señorío de Alberguería (tierra de acogida) y eso queremos que siga siendo, sobre todo en estas fechas y más que nunca ahora que los hombres y mujeres gracias a los medios de comunicación, la cultura y el conocimiento, vamos por otras tierras y traemos personas para que nos acompañen y disfruten de la buena acogida de los Albergallos;

Que nos se sientan forasteros, que participen de nuestra alegría, que vivan con nosotros y que se lleven allá donde quiera que vayan el recuerdo de un pueblo que hace honor a su nombre: ALBERGUERÍA. Así haremos que el pueblo, (nuestro pueblo) sea más grande: (Bienvenidos a todos, estáis en vuestra casa!.

Muchos no sabíamos que nuestro gentilicio es ALBERGALLOS, tampoco que nuestra gente, que ahora puebla nuestra tierra, tiene nada que ver con los últimos señores conocidos, "Los Pacheco".

Aquí somos, como algunos han señalado, producto de una encrucijada de caminos que siempre ha sido Alberguería.

A nuestro pueblo han llegado Castellanos, gallegos, de ahí todos los Martín y López que a su vez procedían de Francia. Pero antes, mucho antes, están los Iberos. Tenemos influencias musulmanas y por eso nuestro espíritu aventurero, recordemos varios de nuestros antepasados recientes que se fueron a descubrir el nuevo mundo, "Las Américas".

A nuestro pueblo, en cambio, llegaron los alemanes y buen recuerdo lo tenemos en D. Oscar que en los albores del SIGLO XX eligió nuestro pueblo para desarrollar sus conocimientos y dar a una zona perdida en el mapa el mayor invento hasta entonces conocido y que luego fue motor de desarrollo del mundo y en todo el siglo XX: La energía Eléctrica.

Recuerdo que me decían los de la época 1908-1910 que cuando llegó D. Oscar se fijó en la Ribera del Risco (porque no del Muro que se hizo después). Los más pequeños al oír hablar de lo que allí se iba a hacer y como las palabras eran desconocidas para cualquiera del vulgo, se oía entre los chiquillos "Que viene la LITRECA" y otros que lo habían escuchado de distinta forma decían (no! "viene la TRIANGA". Lo cierto es que nuestro pueblo fue pionero en tener electricidad, solo Ciudad Rodrigo, que estaba a un día de camino, tenía electricidad, y algunos, no todos. Ahora tiene TV.

Nuestro pueblo, Alberguería, ha sido siempre ganadero y agricultor, buena muestra de ello son la cantidad de molinos de piedra, movidos por las corrientes de agua de las Riberas del Risco, Los Basiles o Moheda. Unos muy antiguos, otros que aún siéndolo convivieron con el desarrollo, como el de Isidoro que aguantó él desbanque de la electricidad, hasta que ya no llovía tanto y los costales eran demasiado pesados para su frágil estatura.

Alberguería tiene historia y con ella sus mujeres y hombres que día tras día, noche a noche han sabido sortear los avatares de la vida.

Muchos recordarán aquella época en la que por nuestro pueblo pasaban, camino de Portugal, piedras de molino. Las yuntas iban por ellas a Espeja, que tenía tren y luego, con los carros, camino de la RAYA y de allí a Portugal.

Nuestro pueblo fue importante y así tenemos que desearlo e intentar que continué.

Como Aduana que fue, ya en 1600, en Alberguería siempre hubo funcionarios de hacienda, por tanto buenas casas, luego como tal llegaron los carabineros para el Resguardo Fiscal y aquí se establecieron y algunos se quedaron para siempre y sus hijos continúan amando el pueblo aunque ahora hayan salido a otras partes de España hoy vienen a visitarlo.

Buena muestra de la importancia de Alberguería la da el que el día 22 de febrero de 1909 fue creado un embrión de BANCO, el llamado SINDICATO AGRÍCOLA, cuando la población rondaba los MIL habitantes y cuyo Presidente fue D. JUAN ANTONIO SANTOS y firmaban el acta de fundación Florencio Carreño, Juan Ruperto Cantero, José Acosta, Guillermo Pascual, Francisco Mateo, Mariano Alvarez, Demetrio Mateos, Narciso Díaz y Francisco González.

Como decía Alberguería siempre ha sido lugar importante y por los años 30 se hizo la carretera con añoranza de revitalizar la Aduana.

Con la aparición de los vehículos a motor, un tío mío pensó en poner una línea desde aquí a Ciudad Rodrigo y sin apenas saber conducir y teniendo menos conocimientos de mecánica se compró un coche y se vino para acá por el camino que había y no llegó a Martihernando. Allí terminó su Odisea y se rompieron las esperanzas de tener un vehículo a motor desde Alberguería a Ciudad Rodrigo. Mas tarde lo pondría Fidel Carabinas.

Los años siguen, se hace la carretera, el pueblo aumenta de población, son años de esperanza y estraperlo. Por Alberguería pasaron mucha comida y utensilios para aquella España maltrecha por la Guerra y luego por el Ciclón del 40.

Pensemos en nuestras fiestas en honor a Santa Ana, Patrona por excelencia de muchas ciudades castellanas.

Recuerdo aquellas fiestas donde todo el pueblo participaba en los actos religiosos y lúdicos.

A primeros de año las jovencitas y los muchachos estaban temblando. )Me nombrarán Madrina, seré Padrino?. Se preguntaban. Eran 12, seis de cada y aquello suponía, dependiendo de las economías, tener un vestido de madrina, mantilla y peineta incluida, para la Procesión y la Misa. Los jovencitos un traje y la mejor camisa. Por la tarde, para el Ofertorio había que tener otro traje o vestido mas desenfadado y con el cual irías al baile. Los mejores zapatos.

Los actos oficiales comenzaban el día de la Ascensión donde todos, padrinos y madrinas nombrados visitaban a cada uno de los compañeros y así de casa en casa sintiendo desde ese momento la hermandad de la Fiesta Grande del día de Santa Ana, se procuraban los trajes parecidos, para conjuntar la pareja. Con los bizcochones era otra tragedia, a ver donde se hacían, nadie quería ir a comprarlos, Fuenteguinaldo era el sitio más cercano, pero no sabían igual.

Que si se hacen en el horno de tal o de cual. Todos tenian sus preferencias para que supieran mejor y crecieran más.

Luego venían las corridas, que no podemos llamarlas de toros aunque alguna vez vi alguno de la dehesa, el Guadañas y el Salino, que más que bravos eran muy grandes y asustados con tanto barullo.

Quiero recordar los años en que vinieron varias tómbolas y aquellos cayados de caramelo. Entonces nuestro pueblo era muy conocido por los alrededores y más allá. Las fiestas comenzaban la víspera de Santiago, (Patrón de España) ahora... devaluado, continuaban con Santa Ana Grande, Misa Mayor, Procesión, convite y Ofertorio. Luego Santa Ana Chica con encierro y corrida y al siguiente día, otra corrida mas aunque fuera en un corral de los muchos y grandes que hay o en alguna "cortina" para que con los carros no se estropearan las vacas, porque siempre se escapaba alguna que juraba por debajo de algún carro o no llegaba a la Calle Grande.

Recuerdo los años, unos de prohibición y otros no en que se celebraban las corridas en cualquier lugar. Muchos, casi siempre, en la Plaza, al lado de la antigua puerta de la Iglesia y en torno al Álamo. No hacía falta arena, la Plaza era de tierra y el Álamo hueco y gordo, para con sus dos peldaños, hacer de burladero, sortear a las vacas o toros (Que años aquellos! Donde las ramas parecían llenas de una manada de pájaros con sombrero.

Los carros se venían abajo abarrotados de gente, muchos foráneos, de Portugal, gran parte.

También la plazuela del Potro dio sus tardes y allí comenzamos a ver al torero de nuestro pueblo, a Andrés Duque.

En esas segundas o terceras corridas de la Fiesta de Santa Ana se hicieron en el corral de "Tío Gordo" hoy casa de Amadeo, allí, a la sombra del cerezo, que a su vez hacía de burladero y las higueras que había dentro del recinto.

Nuestras fiestas han sido y son grandes, todo Portugal venía a nuestro pueblo, gente de Casillas, Alamedilla y Fuenteginaldo hacían los encierros.

Ahora que estamos recordando es bueno tener un recuerdo y un aplauso para: y perdón por lo de Tía o Tío, (propio de nuestro pueblo) y digo de "Manuela Alfonso, tía Sarralleira" que acogía a muchos forasteros o antes a "María Cruz Díaz"con su posada en la plaza, de la cual soy biznieto. A Isidro Alfonso, carpintero y artista de pro.

Tampoco hay que olvidarse de "tío Fermín " el de la Moheda o de Culón el de Guinaldo que fueron piezas clave de nuestros festejos. Como tampoco podemos olvidarnos, si bien es mas reciente el recuerdo, de Luciano Nava que siempre tenía el salón lleno y que siempre se esforzó por unir todos los pueblos, también Portugal y España.

Después de estas añoranzas pido a todos los paisanos y paisanas que iniciemos nuestras fiestas que con el nuevo milenio le demos nuevos aires y que no nos olvidemos de lo añejo y volvamos a darle a Alberguería el prestigio que ahora recordamos y seguro que tenemos.

Tampoco nos olvidemos del pueblo, de sus calles y sus casas, por ellas también pasa el tiempo, que estén acordes a los tiempos. Mas nuevas, que cada día estén mas llenas de alegría, luz y amor.

Que Santa Ana nos ayude, nos dé salud para ver muchos inicios de Fiesta como este, por eso...

Decid todos conmigo:

VIVAN LOS MAYORDOMOS

VIVAN LOS PADRINOS Y LAS MADRINAS

VIVA SANTA ANA

VIVA ALBERGUERÍA

                                                                  Santiago Martín Mateos

 

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Santa Ana

- José A. Blanco -


De la tradición, lo que interesa por conveniente y servir de soporte para el desarrollo cultural y una óptima convivencia. El resto (la cabra del campanario, los toros, la pedrea del gallo, etc.) o sea, lo demás, al cajón de la trastienda. Veinte años de compromiso acaban de pasar. Promesa que ha durado una veintena. Veinte años y por fin, lo que parecía inalcanzable se ha cumplido. Un sueño hecho realidad, por tópico que parezca, forjado en la ironía cuando menos sospechosa de conseguir por esto del aferrarse a la vida, como quien brinda con el ‘y tú que lo veas’. Un compromiso, una esperanza en la tradición difuminada por el peso de los siglos y los cada vez más obligados cambios de mentalidad que la envejecen e inconscientemente la censuran. Veinte años para mirar de frente a la Santa, imagen perpetua de ojos negros clavados en el Ofertorio al son de marcha cauta, decidida, ensayada, creída y creyente, sin trampa ni cartón, rica en plegarias y generosas donaciones. Allí estaba, bajo la sombra del álamo hoy encina clonada. Santa Ana. Aparición que se repite cada 26 de julio ante sus fieles llegados desde cada rincón del universo. Veinte años para cumplir una promesa que no volverá a repetirse, por lo largo de la peregrinación porque ni los cuerpos ni las almas culminarán de nuevo la hazaña. La Santa lo tendrá en cuenta. Camilo, artesano anónimo, rico en retórica histórica. Jesús, romántico donde la vocación se confunde con el estilo parco en letras. Antonio, simbiosis anárquica entre el fervor y el cachondeo mental. Hombres de fe. Una creencia en lucha por mantener viva la esperanza de un pueblo que persiste y subsiste instigado por la ilusión de gentes con halos de esperanza entre folclore, roscones, ofertorios, vaquillas, charanga, flauta y tamboril. En honor a la festividad de Santa Ana y el alma de sus fiestas: los mayordomos y padrinos. La Alberguería de Argañán, un pueblo de Salamanca.

NUESTRAS PARROQUIAS : Alberguería de Argañán

Un buen "albergue" en la frontera

El propio diccionario nos lo dice. Albergar significa guardar en el corazón o en la mente un pensamiento, un sentimiento o una idea. A buen seguro, que en Alberguería de Argañán se guardan buenos sentimientos desde hace siglos. Sus calles albergan historias de vidas transcurridas en este lugar, de ilusiones, de esperanzas, de deseos de vivir. Y es que Alberguería, situada ya casi al límite con Portugal, fue una venta o mesón en un principio, donde "se recogía a los pobres y se daba hospedaje a los viajeros", según nos cuenta Casiano Sánchez Aires. El mismo autor nos comenta que, a principios de siglo, Alberguería tuvo fábrica de harinas y alumbrado eléctrico, que daba luz incluso a Casillas. De Alberguería, también se cuenta que hubo una gran batalla durante la guerra con Portugal, en el siglo XVII. La localidad, entonces fortificada, fue atacada por los portugueses, pero no pudieron rendir el castillo que la protegía.


La parroquia de Alberguería de Argañán cuenta con una iglesia del siglo XVII. Merece la pena visitar este edificio y ver el retablo mayor, de reconocido valor artístico. La iglesia está dedicada a San José. En el interior, se puede ver una imagen de Santa Ana, talla del siglo XIV formada por tres figuras: Santa Ana, la Virgen María y el Niño Jesús. Desde el pasado mes de septiembre, el párroco es Tomás Muñoz Porras. La parroquia cuenta con unos 200 feligreses. Sólo hay dos niños en edad de catequesis, de 1º de la ESO y de 5º de Primaria. La fiesta grande de la localidad es el 26 de Julio, día de Santa Ana. Ese día, es tradicional realizar una misa y procesión, al término de la cual hay un ofertorio y se rifa un roscón. En cuanto al horario de misas, cambia cada mes, como en Puebla de Azaba y en Alamedilla. Ahora, en noviembre, la misa dominical es a las 11 de la mañana.

Rebeca Jerez Hernández

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PREGÓN DE FIESTAS

SANTA ANA 2002

 

Pregón de las Fiestas de Alberguería de Argañán en honor de su excelsa Patrona Santa Ana

25 de julio de 2002

Buenas noches, queridos amigos. Un saludo muy cordial a cuantos os encontráis en el entorno de este noble edificio del Ayuntamiento, símbolo de convivencia ciudadana, con el ánimo dispuesto a escuchar este modesto pregón; felicidades a todos los que os habéis acercado a este bonito pueblo para celebrar con vuestras familias, vuestros amigos y vuestros paisanos las entrañables fiestas en honor de su excelsa Patrona Santa Ana; y enhorabuena a los mayordomos, a las madrinas y a los padrinos que un año más vuelven a poner su mejor voluntad y todo su esfuerzo y su cariño para que Alberguería pueda seguir sintiéndose orgullosa del esplendor de su fiesta grande.

Los avatares de la vida me han alejado del pueblo más tiempo del que a mí me hubiese gustado, así que habrá más de uno, especialmente entre los jóvenes que, por desconocer mi relación con Alberguería, se estén preguntando cuáles son los méritos que atesoro para haber merecido el honor de protagonizar un acto tan emotivo como el de ser pregonero de unas fiestas tan dignamente presididas por una Santa que, a fuerza de ser santa, fue incluso madre de la Santísima Virgen.

Pues bien; quiero decir a los que no me conocen, a modo de presentación y sin ánimo de justificar una decisión cuya responsabilidad recae por entero en los señores mayordomos, que yo, aunque mirobrigense de nacimiento, me considero un auténtico albergallo de adopción porque llevo a Alberguería en el corazón desde que empecé a venir aquí cuando apenas contaba tres años de edad para pasar largas temporadas con mis cuatro abuelos, y con los tíos y primos con los que compartí muchos de los mejores momentos de mi vida.

Tan orgulloso me he sentido de este pueblo que más de uno de mis más íntimos amigos al oírme hablar de él con el respeto, la admiración y el cariño con que suelo hacerlo, han dado por supuesto que éste era el lugar de mi nacimiento. Así que éstas son las únicas credenciales que he presentado para hacerme acreedor al honor que me ha sido concedido: mi profundo amor por este precioso pueblo y hacia las gentes maravillosas, sencillas y siempre afectuosas que fueron para mí como la continuación de mi propia familia en todos aquellos años en los que pude disfrutar de su compañía.

Me gustaría honrar aquí la memoria de todas aquellas personas entrañables, ya desgraciadamente desaparecidas, que contribuyeron a forjar en mí y en toda mi generación ese gran amor que profesamos a este terruño, pero la lista sería interminable; en cualquier caso, no me resigno a pasar por alto algunas de las más representativas, simplemente a título de ejemplo, y sin que ello suponga ni mucho menos menospreciar a las demás. Y así quiero citar entre todos ellos a nuestro casi eterno párroco don Silvestre, el de las bien pobladas cejas, que acertó al elegir como sacristán al señor Ángel, el negrito (y perdón por la familiaridad), padre de uno de nuestros insignes mayordomos, que se permitía la licencia de afirmar, con la enorme gracia que le caracterizaba, que "era el que más latín sabía, después del cura" (aún me parece verlo desgranando a toda velocidad aquellos responsos que cantaba sin solución de continuidad…); a mi abuelo Pepe, durante tantos años médico de Alberguería y Alamedilla, que a tantos muchachos ayudó a venir a este mundo y luego contribuyó a que se quedaran en él a fuerza de vacunas y penicilina; a don Jorge, nuestro respetado boticario, que además de reparar los males del cuerpo con sus fórmulas magistrales, fortalecía el espíritu con sus sabios consejos; a don Luis, aquel estupendo maestro con pinta de chulillo, que tenía los dedos de las dos manos de color amarillo coñac, de tanto apurar las colillas de las decenas de Ideales que fumaba diariamente; a la señora Perpetua, aquella inolvidable paisana que, sin que se conociera título alguno, enseñó a leer y escribir a medio pueblo, y que tenía la rara habilidad de ser capaz de limpiar los mocos de toda una generación con un único "moquero" (nunca mejor aplicado el nombre); a aquel pedazo de buen hombre que fue nuestro alcalde Paco, progenitor y predecesor en el cargo de nuestro actual regidor Paquito; al tío Ignacio el tamborilero, que tantas bodas, bautizos y bailes amenizó al son de la gaita y el tamboril; a su yerno, Nicasio, que a más de buen herrero, profesión que compartía con el señor Duque, terminó convirtiéndose en experto pirotécnico a fuerza de tirar los cohetes en las fiestas; al señor Luciano Nava, navito, propietario del salón en el que aprendimos a arrastrar los pies toda la muchachada del pueblo; a don Pedro, el de la fábrica de la luz, que tantas velas ayudó a vender a los comerciantes a fuerza de apagones; a la familia Tetilla, que cobijó en su casa la primera y única central telefónica que tuvo este pueblo; a nuestras panaderas, Adelaida, Emilia y Carmen, fabricantes de aquellos exquisitos cuartales tan apreciados por españoles y lusitanos; a nuestros comerciantes, la señora Paula, madre de Jesús, otro de los mayordomos integrantes de esta célebre "quinta del 53", y mis tíos Juanito y Carmen, que lo mismo vendían unas alpargatas de esparto que dos kilos de bacalao; y en fin, para no aburrir más a la audiencia, a nuestros zapateros Nicomedes e Ignacio, éste último también estanquero, capaces de reparar hasta las mismísimas sandalias de goma que por aquel entonces se estilaban. Todos ellos, y muchos más, son hoy merecedores de nuestro respeto y nuestro cariño. Que Dios los tenga en su gloria.

Seguro que desde allí, desde el cielo, nos acompañan en estos momentos y están dispuestos a echarnos una mano para que podamos celebrar estas fiestas con desbordante alegría y recordar todos juntos aquellos tiempos pasados que han llenado nuestra vida de añoranzas.

Personalmente pienso que estas fiestas de Santa Ana son algo así como una excelente disculpa para volver a los orígenes, un toque de rebato para que los que viven fuera vuelvan a congregarse en el redil del terruño nunca olvidado, una buena oportunidad para revivir con los viejos amigos las anécdotas que vivimos cuando paseábamos nuestras inquietudes juveniles por parajes tan bellos y recordados como la Fuentita o el Calvario, la Dehesa o la Zorrera, los Pinos o el camino de Aldea. Cuántos ratos, cuántas horas de sano esparcimiento, de buena camaradería, habremos disfrutado; y también, ¿por qué no?, cuántas travesuras habremos cometido en nuestras correrías por los cuatro puntos cardinales de este pueblo.

Eso sí, nadie podría negarle a aquella juventud que hoy peina canas su buena disposición para encontrarle el lado bueno a la vida, su capacidad para ser felices con una simple pelota de goma o de trapo, un aro improvisado arrancado de los viejos toneles, o una chirumba fabricada sobre la marcha con cualquier trozo de madera. Entonces no teníamos juegos de ordenador, ni televisores, ni walkman, ni siquiera una radio que llevarnos al oído; pero, la verdad, no necesitábamos nada de esto para pasarlo bien, ya fuera verano o invierno, Semana Santa o Navidad, de día o de noche, estuviera luciendo el sol o lloviendo a chaparrones, porque Alberguería nos daba todo lo que queríamos: un entorno acogedor y unos amigos entrañables con los que se podría ir al fin del mundo sin aburrirse ni medio minuto. Y cuando ya fuimos siendo mayorcitos, a la sana diversión de cada día se sumaba la secreta esperanza de que en el baile del domingo pudiéramos echar un par de piezas con la moza de nuestros sueños, eso sí, bajo la atenta vigilancia de las mamás constituidas en una censura férrea y situadas estratégicamente en los bancos alrededor del salón.

Pero la culminación de todas nuestras ilusiones no podía ser otra que la llegada de las fiestas a las que sirve de introducción este humilde pregón. Unas fiestas que, en su esencia, no han cambiado tanto como para poder establecer radicales diferencias entre las de antes y las de ahora, salvo en algunos detalles de los que me gustaría dejar constancia. Por ejemplo: entonces se disfrutaba de cada momento con mucha más intensidad porque todos sabíamos que, finalizadas las fiestas, nuestro mundo volvía a reducirse al baile de los domingos y a los paseos y reuniones con los amigotes los días de cada día, para los más jóvenes, y al trabajo cotidiano y a las duras faenas del campo para los mayores; entonces nos pasábamos todo el año ahorrando peseta a peseta para poder hacer estos días lo que el resto del año nos estaba vedado; que, por cierto, eran cosas tan sencillas como montar en las barcas o en el tiovivo, tomar un refresco de zarzaparrilla o un helado de barquillo, o demostrar a los amigos nuestras habilidades con la escopeta de aire comprimido en las casetas de tiro al blanco.

Algo hay también para echar de menos en estos momentos; algo tan querido y recordado para los mayores del lugar como aquel centenario "árbol gordo" que tanto sabía de nuestras confidencias de juventud; aquel árbol que a más de uno salvó de una buena cornada el día de Santa Ana, la chica; aquel buen árbol que con su tupido follaje daba su sombra y servía de espléndido trono a la imagen de nuestra excelsa Patrona mientras presidía uno de los actos más solemnes y emotivos de todas las fiestas: el Ofertorio, momento culminante de los actos religiosos, que tenía, y supongo que sigue teniendo, la virtud de congregar a todo el pueblo.

Tan majestuosa y representativa era esta especie vegetal, única en su género, que don Joaquín Román, canónigo que fue de la Santa Iglesia Catedral de Ciudad Rodrigo, le compuso una poesía que dedicó a mi inolvidable y querido tío Fernando, de la que entresaco los siguientes magníficos versos:

Hay delante de la iglesia de tu pueblo

un árbol venerando,

recuerdo de románticas leyendas

y viejo relicario

de la fe y tradiciones, siempre hermosas,

de aquel terruño charro.

Y seguía un poco más adelante diciéndole a nuestro árbol:

Tú eres testigo de la alegre ofrenda

con que el pueblo cristiano

a su Patrona insigne

honra todos los años.

Tú has visto a las madrinas más hermosas,

y a los mozos más guapos,

ofrecer a Santa Ana

las roscas y los ramos

entre la admiración del pueblo todo

y el general aplauso.

 

Por último, terminaba diciéndole al árbol:

Tú has presidido todas nuestras fiestas;

con todos nuestros goces has gozado;

tú has sufrido con todas nuestras penas;

tú has llorado con todos nuestros llantos.

¡Ojalá seas eterno, árbol querido!

 

Ojalá, digo yo ahora, que este aprendiz de "árbol gordo" que ha venido a tomar su lugar, se convierta con el paso del tiempo en un digno sucesor, para que pueda ocupar un puesto preferente en el corazón de todos los albergallos como supo hacerlo su predecesor.

Podría seguir por mucho tiempo dando rienda suelta a todos los sentimientos que me inspira un pueblo tan querido para mí, abriendo de par en par las puertas a los miles de recuerdos, a cuál más inolvidable, que se agolpan en mi mente pugnando por asomarse al exterior, pero no quiero agotar vuestra casi infinita paciencia y, además, comprendo que estas son horas más propicias para disfrutar con los amigos de una fresca jarra de cerveza y un buen plato de jamón que de escuchar la perorata de un viejo sentimental.

Pero no querría terminar sin aprovechar esta oportunidad para animaros a conservar, y si fuera posible incrementar, el tipismo y esplendor de unas fiestas que fueron durante muchos años la envidia de la comarca. A los que vivís fuera, os pediría que no perdáis la buena costumbre de volver aquí al menos durante estos días de fiesta, que exhortéis a vuestros hijos a venir a la cuna de sus mayores, que invitéis a vuestros amigos de allende nuestras fronteras y de otros lugares de España a conocer un pueblo tan bonito y acogedor como éste, un pueblo que ha vivido gestas gloriosas en los siglos XV al XIX a la sombra de un castillo con más de 550 años a sus espaldas, que aunque hoy en ruinas, fue el orgullo de las fortificaciones de la frontera, uno de los cuatro puntos fuertes de la Raya de Portugal; un pueblo que ha recibido del cielo el regalo de unas gentes que saben tratar a sus huéspedes con el cariño que se merecen y que está asentado en un paraje de ensueño, de extraordinaria belleza, que invita a pasear y a meditar en un ambiente relajante.

No podemos permitir que nuestro pueblo se vaya consumiendo poco a poco y termine marchitándose como aquel árbol gordo al que creíamos eterno y que ya no es más que un bonito recuerdo del pasado. Hay que seguir luchando para que estas fiestas no decaigan, para que vuelvan a ser grandes como siempre lo fueron; y hay que seguir aportando nuestro granito de arena para que Alberguería, esta Alberguería que llevamos grabada a fuego en el corazón, vuelva a brillar con luz propia y a sentirse orgullosa de su historia pasada y reciente.

Gracias por vuestra presencia y por la atención que me habéis prestado. Para terminar, gritad conmigo:

¡Viva nuestra Patrona Santa Ana!

¡Vivan los mayordomos, las madrinas y los padrinos!

¡Viva Alberguería de Argañán!

Antonio Ríos Espáriz

 

PREGÓN DE FIESTAS
SANTA ANA 2001

 

Muy buenas tardes a todos y todas, paisanos y amigos de Alberguería.

Un saludo muy cordial también, a todas las personas que sin ser de aquí, nos visitan durante estos días.

Es para mí motivo de orgullo y satisfacción ser pregonero de las fiestas, al aceptar la petición que me hizo hace escasos días el Sr. Alcalde (Paquito).

Dado el escaso margen de tiempo con que me lo ha pedido y no considerándome un orador, y mucho menos escritor, trataré de dirigiros unas breves palabras con cariño e ilusión.

Al no disponer de datos ni argumentos concretos para hablar sobre la historia de nuestro pueblo, por la escasez de tiempo como he dicho anteriormente, quisiera transmitiros un mensaje de optimismo y esperanza para que, todos, desde la unión y el respeto, olvidemos las diferencias que puedan separarnos, trabajando juntos por el bien de nuestro pueblo.

ANÉCDOTA:

                       Como anécdota del pasado y remontándonos al año 1946 en el que yo era un niño, quiero contaros algunos de los recuerdos que dejaron huella en mí y, posiblemente, en muchos de los que me estáis escuchando.

Aunque en aquellos años no estábamos dotados de los medios tan avanzados como los de hoy, éramos felices. no teníamos agua en las casa ni casi luz en las calles, nuestros juguetes y juegos eran: la chirumba, el aro, la peonza, el chito, la vistas, el escondite, muchos mas.

Los inviernos eran crudos, las calles se llenaban de "CHAPALLO" (barro), las chamancas que nuestros padres nos compraban en el mercado de Portugal y las sandalias de goma que bendían los comercios de aquí, eran nuestro calzado de invierno.

A la escuela, para no pasar frío, llevábamos el brasero en las latas de sardinas de kilo. Los sabañones en los pies y las cabras en las piernas eran nuestros tatuajes provocados por la lumbre y los braseros.

Las fiestas de entonces eran, sin duda, mas bonitas que las de ahora. San Blas y San Sebastián con la limosna y lo gallos, San Pedro con el cambio de pastores y el Carnabal con la CHARRASCONA.

Entonces, las orquestas aquí no existían, se bailaba al son de flauta y tamboril mas tarde, fuimos evolucionando con  la gramola del Sr. Luciano "NAVITO" q.e.p.d. y el último grito fueron ya, "CASIMIRO" su acordeón y "TOMAS" el batería.

Los mozos y mozas del pueblo, hacían bonitas comedias en el teatro ubicado aquí en la segunda planta del Ayuntamiento. De vez en cuando, aparecía "CANUTO", con su maquina de cine mudo a manivela y de memoria, nos explicaba la película.

Para finalizar: Pido a todos mis paisanos y en particular, a los que como yo tuvimos que emigrar buscando un futuro, no se olviden de este pueblo maravilloso que, aunque no tengamos un potencial económico como las provincias del norte, Madrid y Cataluña, sí tenemos una gran industria de oxigeno, naturaleza, sol, paz y tranquilidad.

Alberguería tiene que recuperar la imagen de lo que fue dentro de la comarca y para que nuestro pueblo no muera y sus fiestas no decaigan, debemos unir nuestras voluntades colaborando todos para conseguirlo.

TERMINO ESTAS PALABRAS CON EL SIGUIENTE ESLOGAN:

NO TE OLVIDES DE ESTE PUEBLO

PUEBLO DE ALBERGUERÍA

VISÍTALO CON FRECUENCIA,

HAZ POR VOLVER ALGÚN DÍA. 

GRACIAS A TODOS POR VUESTRA PRESENCIA Y COMO COLOFÓN A MIS PALABRAS:

GRITAD CONMIGO

¡VIVA ALBERGUERÍA!

¡VIVA SANTA ANA!

¡VIVA LOS MAYORDOMOS!

FELICES FIESTAS A TODOS

25 de julio de 2001

SANTIAGO BLANCO